En el mundo desarrollado, la narrativa de la transición energética se centra en adoptar tecnologías de energía limpia.
El término ‘transición energética’, frecuentemente escuchado en cumbres climáticas globales, noticieros y discusiones de política, conlleva una definición que debe tomar en consideración el contexto geográfico y de desarrollo. Al escuchar la retórica actual, se podría pensar que esta transición se refiere al camino hacia un suministro de energía generado exclusivamente a partir de fuentes renovables como la energía solar y/o eólica. Sin embargo, para muchos otros, particularmente en regiones fuera de Europa y Estados Unidos, la definición debe ser más amplia, incluyendo además la aspiración aún presente de millones de personas de transitar lejos de fuentes de energía rudimentarias como la leña.
En el mundo desarrollado, la narrativa de la transición energética se centra predominantemente en adoptar tecnologías de energía limpia y renovable. Esta perspectiva, aunque progresista, tiende a eclipsar los desafíos distintos enfrentados por países que no están tan avanzados en este camino. Tomemos México, por ejemplo, donde la transición lejos de fuentes de energía ambientalmente perjudiciales e impactantes en la salud como el carbón y el combustóleo todavía está inconclusa. En México, la mezcla energética aún depende en gran medida de dichas fuentes contaminantes, teniendo implicaciones profundas tanto en el medio ambiente como en la salud de las poblaciones locales. Según diversas fuentes, entre 13.5 y 20 millones de mexicanos cocinan con leña, convirtiendo a este combustible en el segundo más utilizado en el país para cocinar, aun por encima del gas natural. A nivel mundial, de acuerdo con las Naciones Unidas, más de 2 mil millones de personas aún cocinan con biomasa, alrededor del doble de la suma de la población de países desarrollados en Europa y Estados Unidos.
Esta disparidad en las etapas de la transición energética resalta un punto crucial: no existe una solución única para todos. Como Voltaire dijo acertadamente, “La perfección es enemiga de lo benéfico”. En el ámbito de la transición energética, esto significa que, aunque el objetivo final podría ser un cambio completo a fuentes renovables, los pasos intermedios no solo son inevitables sino también necesarios, por lo que es un error descartarlos completamente. Además, una transición desmedida hacia combustibles limpios, pero menos accesibles, podría provocar un retroceso como un aumento en el uso de leña entre aquellos que no pueden pagar el encarecimiento de fuentes de energía intermedias como el gas LP y gas natural.
Es cierto que, pasar de la leña al GLP o del carbón y combustóleo al gas natural no son soluciones perfectas, pero representan pasos significativos para reducir el impacto ambiental y mejorar la salud pública en países como el nuestro. Esperar a dar el salto a la energía 100% limpia es forzar a millones de personas, especialmente en los estratos más desfavorecidos, a seguir sufriendo los efectos de utilizar las fuentes de energía más precarias en perjuicio de su salud y del medio ambiente.
El camino hacia un futuro energético sostenible está lleno de desafíos, principalmente porque implica desmantelar y alejarse de un sistema establecido del cual el mundo depende en gran medida. Esta transformación es inherentemente disruptiva, requiriendo una revisión tanto social como de infraestructura. Las tecnologías renovables, aunque prometedoras, todavía están en proceso de afianzar su fiabilidad, asequibilidad, y escalabilidad para satisfacer las demandas energéticas globales.
Sería erróneo considerar una única tecnología de transición, llámese hidrógeno, electrificación, etc., como la ‘bala de plata’. La realidad es que cada región tiene su propio conjunto de circunstancias, incluyendo factores geográficos, económicos y sociales, que influyen en sus necesidades y soluciones energéticas. Lo que se necesita es un enfoque de “perdigones de plata” donde se adopte una variedad de tecnologías y estrategias, adaptadas a los requisitos y capacidades específicos de cada región, para avanzar colectivamente hacia un futuro energético más sostenible.
El viaje hacia la transición energética es diverso y complejo, reflejando los variados paisajes y desafíos en todo el mundo. Aunque el objetivo de lograr un futuro energético sostenible y más limpio es común, las rutas para llegar a este destino son tan diversas como las regiones mismas y de esto depende el éxito de su implementación.
Adrian Calcaneo.
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